Todo comenzó hace unos meses. decidí que era hora de abandonarla. Que ya no me hacía feliz. Que no me merecía. Decidí dejar de sufrir por mi maldita heladera. Así es. Decidí que era momento de un cambio.
¿Por qué no tener una heladera decente, eh? No esta desfachatada, loca, psicótica que me había tocado en suerte cuando me mude sola, hace seis años. Nueva, blanquísima, y tremendamente descarada, la muy impertinente decidió romperse al día siguiente de que se termine la garantía. Desde ese momento, nuestra relación se volvió de amor-odio. Bueno, sólo de odio.
Todos los años una ñaña nueva, se quedaba sin gas, se rompía el termostato, se volvía a quedar sin gas, hacía hielo por todos lados. Si, por todos lados, por afuera (atrás) también*. No había cosa que me diera más furia que desayunar con queso crema en mal estado.
él: Amor, ese queso está malo- me decía Guille, cuando ya había masticando la mitad de la tostada.
yo: No, no está malo- decía yo tratando de salvar mi orgullo sin dejar de masticar.
él: Fijate de nuevo, no sentís el olor a rancio? – Huelo y tiene razón, lo que es terrible.
yo: Qué se yo, no entiendo nada de estas cosas*2– decía, como quien no quiere la cosa.
Me di cuenta de que la heladera empezaba a monopolizar mis conversaciones. Cada vez que me topaba por el pasillo con una compañera del trabajo, siempre me preguntaba ¿Cómo está tu heladera?
Basta. Ni que fuera un ser humano con tantas afecciones, che. De hecho, hasta provocó un llamado a la solidaridad.
La culpa ecológica me tormentaba, pero realmente, a la séptima vez que la heladera decidió dejarme en banda y que tuve que salir corriendo con todos mis pertrechos a la heladera más cercana (gracias Tatula) me juré que esto no iba a pasar más.
Luego del arreglo en cuestión, la puse en máximo. Basta de queso rancio. Transcurrió así casi un año, y con la llegada del verano se empezó a notar que su potencia estaba en franca decadencia. Ah, no querés enfriar en 4. Mirá cómo te pongo en máximo, turra. ¡Reventá!
Y bueno, enfriar enfrió, y también hizo un Perito Moreno adentro... y afuera. Si me hubieran filmado tratando de sacar los icebergs del interior me ganaba el Oscar a mejor comedia pelotuda. Lo intenté todo: secador de pelo, rociador con agua caliente. Hasta le canté un tema de The Mammas & The Papas. Nada. Hasta que un compañero de Guille que estaba trabajando en casa se apiadó, soltó la intravenosa del mouse, y en un par de espatulazos barrió con los hielos casi-eternos.
Entonces, vino la revelación en marzo. Composición-tema: Heladera. Título: Quiero sacarme de encima a ese problema. Ahora. Ya. Y con la revelación vinieron las averiguaciones. Ah, si viene una heladera nueva, entonces más vale que sea Buena. Si. Buena, con mayúsculas. Que no haga escarcha, una No-Frost mínimo!
Fuimos, convencidísimos, a un supermercado. Estábamos dispuestos a ir por las 24 cuotas. Y una Heladera se nos apareció como la mejor elección posible dentro de nuestras circunstancias. Hicimos cálculos diversos contando todo: las cuotas, la garantía extendida, etc.
Ahí mismo me puse sentimental, y me nacieron los votos matrimoniales que nunca juré. Lo miré a Guille y le solté:
– ¿Jurás amarme y respetarme como mínimo por las siguientes 24 cuotas que dure el pago de la heladera?
Y bueno, cuando Guille accedió, nos enteramos de que no tenían ese modelo. Pero por suerte, sí la tenían en otra empresa. Con venta telefónica, envío y cuotas. Y así fue. Cuando por fin llegó, superados los obstáculos que nos separaban de nuestro destino, –como los dos pisos por escalera sin el embalaje de protección–, puedo decir que, sin lugar a dudas, fue amor. Altísima, imponente, flaca, blanquísima, moderna, eficiente. Qué más puedo decir?*3 ¡Y enfría muy bien!
Tengo que confesar que, todavía, cada vez que paso por la cocina me siento tentada a abrirla, sólo por el placer de usar la puerta. Y que cuando nadie me mira, le pego un abrazo de oso*4.
Y finalmente cuando me encontré con mi compañera y me preguntó ¿Cómo está la Señora Heladera? pude decirle... La cambié! Feliz! Ahhh, pero no, no me digas más Señora Heladera... suena mejor Señora Whirlpool.
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* Tengo una foto del poltergeist que tenía por detrás, lo juro, se ve una silueta, con no mucho esfuerzo.
*2 Guille se olvida de que en mi casa la comida vencida estaba a la orden del día. Nunca distinguí la leche que dejaba de estar del todo bien. Si total le tiraba 3 cucharadas de nesquik (en vaso) y listo.
*3 Que no hay ninguna de nosotras con esas características, claro.
*4 Mentira. Ya no me importa que Guille sepa que lo nuestro es amor.
Jajajaja, una hitoria con final feliz! Muy buena!!!
ResponderEliminarDebo decirte, amiga, que con tu nota dos casi, casi me haces vomitar el monitos. Que asquito! ¿Como vas a tomar leche cortada con nesquik? Eso es casi más feito que el yogur de vainilla, puajjjj
Y respecto a tu nota 3, creo que en lo unico que puedo competir con tu heladera es en lo de blanquísima, jajajaja
Besotes!
M
jajajjaa, gracias amiga!
ResponderEliminarSi, la nota dos no es grata, pero es cierta. Las pintitas en la leche no eran buenas, a veces. No estaba hecha un engrudo eh! era sólo un detalle. A veces mi mamá se olvidaba de fijarse la fecha de vencimiento de las cosas. Sea como sea, no ayudó a la generación de un paladar muy sofisticado.
La nota 3? y si amiga, yo ni siquiera lo de blanquita!
Recien te conozco ..y me encanto!! Ojo, tu narracion nomas, a ver si guille se pone celoso.
ResponderEliminarComo dirian en el colegio: Sigue asi.
Hola Walter, muchas gracias! Espero te quedes un rato más chusmeando. Saludos!
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