jueves, 25 de febrero de 2010

Lucy in the sky (with diamonds)

El domingo se fue Lucy, mi abuela paterna.

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Era una de esas personas poco afectas al ocio, no sabía quedarse quieta y las trabas de la vejez no le gustaron nada. En pocos años su salud se deterioró y se nos hundió en las sombras sin que podamos hacer mucho.

Antes de eso, siempre estaba ocupada con quehaceres domésticos diversos, cocinaba como los dioses y era reconocida entre otras cosas por riquísimos kipes y mamules.

Hija mayor de siete hermanos, no supo de mucho más que el deber, ayudar a cuidar y criar a sus hermanos, cosa que luego prosiguió cuando tuvo a sus hijos. Cuidó de mi abuelo desde muchos años antes de conocerlos hasta que murió, y también de su madre en sus últimos años.

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Cuando era chica, el departamento de Sarmiento me daba un poco de miedo. Más si me quedaba a dormir. De techos altos y muebles antiguos, con arañas de cristal, y un cuarto en el fondo deshabitado lleno de cosas, era escenario perfecto para cucos y afines. Y aunque no les dijera nada a mis papás, sí que daba miedo. Antes de acostarme, mi tía Liliana abriría una cajita musical y pondría sobre la base a una bailarina con tutú que giraba al compás de la música metálica, como hipnotizada. Me cantaba la marcha de San Lorenzo y me diría que era su sobrina preferida. Yo miraba el techo verde oscuro altísimo y me tapaba con todo lo que tuviera, intentando vencer el miedo y dormirme, a sabiendas de que la mañana sería mejor.

Una típica mañana incluiría los ruidos de ollas desde la cocina, a mi abuela rezongando pidiéndole a Liliana que la ayude, ella le diría que estaba ocupada y seguiría sentada en el sillón leyendo Selecciones. El mate estaría servido en bandeja sobre la mesa, y mi abuelo estaría sentado frente a la ventana escuchando radio o cantando en árabe, entre sorbo y sorbo. A mi me tocaba leche con Tody, que mucho no me gustaba porque se llenaba de grumos, y principalmente porque me gustaba mucho más el Nesquik.

Después, vendría la excursión a la feria de Once, un universo que me parecía pobre y medio triste, lleno de gente que rara o fea. Ahí, miraba el piso atenta para no pisar canaletas.Ella aprovechaba esos momentos y me mostraba con todo su orgullo como si fuera su joya, me presentaba como la nieta mayor, la hija de su hijo. Y todos dirían que era muy linda, me sonreirían y nos iríamos a casa llenas de cosas de más que nos habían regalado, que variaban según a quién habíamos visitado, si el verdulero o el carnicero, o ambos.

El premio eran unas riquísimas milanesas como nunca más comí, con ensalada de tomate, que ella sabía era mi comida preferida.

Por la tarde sonaría la radio o miraríamos tele, por ahí destripando arvejas de las vainas o alguna otra tarea que por ahí mucho no me divertía pero que de lejos veo con cariño.

De muy chica, en el momento del baño mi abuela hubiera sido más práctica que cariñosa. Me lavaría el pelo con jabón, y me dejaría jugar un rato en el agua con algunos muñecos despintados. Me secaría apurada y buscaría la ropa calentita recién sacada de la estufa.

Años más tarde, cerca de la noche jugaríamos a la loba, y nos daría algunas palizas. Con gesto aprendido de la bisabuela María, Lucy nos miraría disimulando la sonrisa, y con las cartas en la mano antes de bajar un menos veinte, nos preguntaría: ¿Sabés contar?

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Nunca me juzgó y me apoyó siempre. Y yo pude entenderla y perdonarla por las cosas que antes no entendí. Por ese amor que no venía como me hubiera gustado pero que era así y estaba.

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Abue, ayer escribí estas líneas y sentí que me pude despedir de vos, pedirte disculpas por no haber estado todo lo que hubiera podido, yo también, siempre ocupada con mi cotidianeidad. Por tanto tiempo que no entendí, o no acepté lo que eras. En el hospital te dije lo que ya te había contado meses atrás, que eras la verdadera heroína del cuento. El invierno pasado cuando te llevé el diario te dije que cuando te sentías sola te bajoneabas y protestabas a la vida pero que cuando te encontrabas con gente revivías. Te leí el cuento y te marqué una frase muy tuya ("Y quién, digo yo, tiene ganas de estar con una vieja. Nadie"), y me dijiste “Es cierto”. Y charlábamos y te divertías y te olvidabas de los malos pensamientos y rezongos.

Abue, te quiero mucho y te voy a extrañar siempre.


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* Este texto fue escrito el domingo y lunes de esta semana.
Para Lucy, 24 de Julio de 1926 - 21 de Febrero de 2010

jueves, 18 de febrero de 2010

El arcón de los recuerdos o el germen del mal


Era tan joven, tan linda! Me da ternura esta revista que hice en un trabajo práctico de 2º año de la secundaria. Se ve que ya el inconciente predecía el futuro. El primer germen del mix de escritura y diseño. Podría haberme divertido hacer plata, jugar a la escribana o a la vendedora. No. Podría haber hecho un informe en el word triste de la PC sin Ventanas de Windows. Pero no. Podría haberme dedicado al bricollage. No y no. Aquí, el origen del mal.

Armado en un programa -que ahora no recuerdo el nombre- en mi primera PC de monitor hércules monocromo naranja, con anotaciones escritas a mano para completar lo que el programa torpe no podía brindar o lo que yo no sabía encontrar, mi primera revista. Una sátira a una mezcla de Caras con NatGeo, un repotaje (si, escribí repotaje) a una brillante investigadora de tan sólo 14 años que viaja al Amazonas para enseñarle a los nativos la teoría heliocéntrica de Galileo Galilei.

Se pueden reir un rato largo. Me matan los dibujitos pixelados de clipart de principios de los noventa, y las bajadas que tuve que inventar para poder usarlos. Está impresa con una impresora de matriz de puntos en hojas continuas... para la nostalgia

El resto de la revista es por el momento confidencial. Al menos hasta que consiga un escaner como la gente.

Eso sí, salí re-linda en la foto.

martes, 2 de febrero de 2010

Decolectivo


Los colectivos no dejan de asombrarme. No importa el tiempo que pase. Los choferes mantienen el orgullo de ser los reyes del lugar, decorándolo como si fuera su propia casa.

Lo que quiero saber es, concretamente, dos cosas:

La una: cuándo empezó la costumbre de tunear colectivos.

La dos: el por qué de los espejos labrados, números, nombres de hijos o amores; el matelasé detrás de asientos con resorte, el peluche alrededor de espejos, los dados, los flecos y etcéteras.
(Tiempo atrás también hubiera estado el fileteado por fuera y por dentro, la palanca de cambios con la bola de acrílico, y la boletera era manual, se acuerdan?)

Mi mayor asombro fue al ver en la línea 68, que a pesar de contar con nuevas unidades, mantuvo en el interior la estética de los viejos colectivos Mercedes, incluso con un mini-turbo para el calorcito de la ciudad en este fresco febrero.

Esta decoración da glamour? Da sensación de pertenencia? Da status? Es sólo del gremio de los colectiveros o los camioneros optan por la misma estética? La decide el conductor o la línea?

Son todas las preguntas que siempre me hice y nunca tuvieron respuesta.

Necesito un amigo colectivero.