Escribo mientras camino, cuando cruzo la calle, cuando estoy por tomarme al bondi, cuando me subí y escucho música con el ipod. Cuando cocino, cuando pico en la tabla, cuando revuelvo algo, cuando saco del horno. Cuando lavo platos, o lavo ropa. Cuando me hago un rato y me voy a tomar un te por ahí, cualquier sábado. Cuando me baño, cuando me seco, cuando me visto. O justo antes de dormir, cuando las sábanas se pusieron calentitas y lo que menos una desea es salir en busca de una lapicera.
Escribo, escribo, escribo. Siempre en mi cabeza y cada tanto logra materializarse en algo. Lo que esté más a mano. Papel, anotador o teclado. Alguna que otra vez en servilleta (no en esa servilleta). Más de una vez he tenido que detenerme en una librería para comprar anotador y birome, porque la inspiración cayó como rayo y no dio tiempo.
Escribo en mi cabeza, todo el tiempo y a todo momento. Esto debe sonar a enfermedad incurable. Algo así como tener a un locutor en la cabeza. Y es así, más o menos. Es como un entrenamiento constante. O una adicción. Lo cierto es que a veces no para, y se torna un poco insoportable y sólo quiero que se calle un poco.*
Cuando no escribo en el blog, siento abstinencia de escritura. Y ese sí que es un mal incurable, porque las cosas quedan, girando y girando en la cabeza hasta que bajan a papel. O a teclado, como se prefiera.
Lo único que sé, es que cuando no escucho mi voz, ya sea porque otra voz me interfiere en la cabeza o simplemente no me puedo escuchar, es entonces y sólo entonces que sé que estoy en problemas.
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* si alguno vio "Stranger than fiction", entonces puede entender un poco lo que le pasa a alguien que escribe.