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Era una de esas personas poco afectas al ocio, no sabía quedarse quieta y las trabas de la vejez no le gustaron nada. En pocos años su salud se deterioró y se nos hundió en las sombras sin que podamos hacer mucho.
Antes de eso, siempre estaba ocupada con quehaceres domésticos diversos, cocinaba como los dioses y era reconocida entre otras cosas por riquísimos kipes y mamules.
Hija mayor de siete hermanos, no supo de mucho más que el deber, ayudar a cuidar y criar a sus hermanos, cosa que luego prosiguió cuando tuvo a sus hijos. Cuidó de mi abuelo desde muchos años antes de conocerlos hasta que murió, y también de su madre en sus últimos años.
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Cuando era chica, el departamento de Sarmiento me daba un poco de miedo. Más si me quedaba a dormir. De techos altos y muebles antiguos, con arañas de cristal, y un cuarto en el fondo deshabitado lleno de cosas, era escenario perfecto para cucos y afines. Y aunque no les dijera nada a mis papás, sí que daba miedo. Antes de acostarme, mi tía Liliana abriría una cajita musical y pondría sobre la base a una bailarina con tutú que giraba al compás de la música metálica, como hipnotizada. Me cantaba la marcha de San Lorenzo y me diría que era su sobrina preferida. Yo miraba el techo verde oscuro altísimo y me tapaba con todo lo que tuviera, intentando vencer el miedo y dormirme, a sabiendas de que la mañana sería mejor.
Una típica mañana incluiría los ruidos de ollas desde la cocina, a mi abuela rezongando pidiéndole a Liliana que la ayude, ella le diría que estaba ocupada y seguiría sentada en el sillón leyendo Selecciones. El mate estaría servido en bandeja sobre la mesa, y mi abuelo estaría sentado frente a la ventana escuchando radio o cantando en árabe, entre sorbo y sorbo. A mi me tocaba leche con Tody, que mucho no me gustaba porque se llenaba de grumos, y principalmente porque me gustaba mucho más el Nesquik.
Después, vendría la excursión a la feria de Once, un universo que me parecía pobre y medio triste, lleno de gente que rara o fea. Ahí, miraba el piso atenta para no pisar canaletas.Ella aprovechaba esos momentos y me mostraba con todo su orgullo como si fuera su joya, me presentaba como la nieta mayor, la hija de su hijo. Y todos dirían que era muy linda, me sonreirían y nos iríamos a casa llenas de cosas de más que nos habían regalado, que variaban según a quién habíamos visitado, si el verdulero o el carnicero, o ambos.
El premio eran unas riquísimas milanesas como nunca más comí, con ensalada de tomate, que ella sabía era mi comida preferida.
Por la tarde sonaría la radio o miraríamos tele, por ahí destripando arvejas de las vainas o alguna otra tarea que por ahí mucho no me divertía pero que de lejos veo con cariño.
De muy chica, en el momento del baño mi abuela hubiera sido más práctica que cariñosa. Me lavaría el pelo con jabón, y me dejaría jugar un rato en el agua con algunos muñecos despintados. Me secaría apurada y buscaría la ropa calentita recién sacada de la estufa.
Años más tarde, cerca de la noche jugaríamos a la loba, y nos daría algunas palizas. Con gesto aprendido de la bisabuela María, Lucy nos miraría disimulando la sonrisa, y con las cartas en la mano antes de bajar un menos veinte, nos preguntaría: ¿Sabés contar?
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Nunca me juzgó y me apoyó siempre. Y yo pude entenderla y perdonarla por las cosas que antes no entendí. Por ese amor que no venía como me hubiera gustado pero que era así y estaba.
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Abue, ayer escribí estas líneas y sentí que me pude despedir de vos, pedirte disculpas por no haber estado todo lo que hubiera podido, yo también, siempre ocupada con mi cotidianeidad. Por tanto tiempo que no entendí, o no acepté lo que eras. En el hospital te dije lo que ya te había contado meses atrás, que eras la verdadera heroína del cuento. El invierno pasado cuando te llevé el diario te dije que cuando te sentías sola te bajoneabas y protestabas a la vida pero que cuando te encontrabas con gente revivías. Te leí el cuento y te marqué una frase muy tuya ("Y quién, digo yo, tiene ganas de estar con una vieja. Nadie"), y me dijiste “Es cierto”. Y charlábamos y te divertías y te olvidabas de los malos pensamientos y rezongos.
Abue, te quiero mucho y te voy a extrañar siempre.
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* Este texto fue escrito el domingo y lunes de esta semana.
Para Lucy, 24 de Julio de 1926 - 21 de Febrero de 2010
Corazón, no había leído el cuento antes. Juro que leía e imaginaba a mamá Cora, en Esperando la Carroza, teniendo esas conversaciones.
ResponderEliminarTe mando un beso y un abrazo enormes.
Clo
Gracias Clo. En efecto, la voz de mi abuela está mezclada con muchas otras, y debe sonar medio como mamá Cora. Muchas gracias por los besos y abrazos, vienen bien. Besote enorme para vos y espero nos podamos ver prontito
ResponderEliminarGa
Amiga, recien te leo y casi se me cae una lagrimita. Mientras intento desanudarme la garganta te quiero pedir disculpas otra vez por no haber estado ahi cuando lo necesitabas. Creo que estaba escondiendome de mis propias despedidas. Te mando un beso enorme y te quiero mucho!!
ResponderEliminarD
Entendimiento y aceptación es como lo máximo que se puede desear. Estoy segura de que ella sabía que pesaba mucho más que todas las disculpas del mundo.
ResponderEliminarQué sé yo, cuando tenga que irme quiero irme así. Entendida y aceptada.
Des, yo sé que estuviste con tus procesos, en el momento no lo vi. O vi algo y te reclamé. Me alegra si ayudó a catalizar tus propias despedidas. Es bueno hacerlo. Y yo también me enjuagué unas lagrimitas con tu relato de tu abuela. Te quiero mucho y como siempre contás conmigo.
ResponderEliminarMabel y su alter, no sé por qué pero me emocionó tu comentario. Te agradezco mucho por tus palabras. De la primera versión de este post, después de editar varias veces, voló una parte que decía: "(...)porque cuando uno entiende, quiere." Y estoy totalmente convencida de que es así, que cuando uno entiende al otro, lo acepta y lo ama como es.
Saludos gigantes.
Ga